viernes, 30 de diciembre de 2016

farolas a punto de fundirse

Unos enormes ojos cuelgan como si fuesen farolas a punto de fundirse

los brazos de la cobardía los acunan mientras les susurran que estoy corriendo en círculos

la ciudad se apaga y algunas luces terminan por fundirse y los nervios más rojos se enroscan aún

a algunas farolas

el frío de invierno me provoca intensas fiebres

pero no hay escapatoria

todas las luces se han apagado y lo que queda de ellas es pasto de la compasión:

 patea el cartón de un mendigo después de haberle echado una moneda

 


 

sábado, 17 de diciembre de 2016

Maldita Gloria (2016)

Había un hombre sentado en una silla de madera roída, en un motel de carretera, kilómetros antes de la entrada a la urbe que despedía centelleantes luces por todas partes.
El tema de la primera imagen no variaba demasiado en relación con la que la propia ciudad  (o segunda imagen) atrapada por la noche, mostraba de sí misma; como un cuadro surrealista de cualquier pintor poco reconocido. En ambos casos el ambiente se cargaba de tanta tensión, de tanto humo y de tanta violencia que era peligrosa la idea de respirarlo y uno solo podía dedicarse a mirar.

El hombre, que a cada mínimo movimiento sobre la silla dejaba tras de sí un quejido del mueble, sostenía en sus manos a su perdición, hecha jirones sobre sus manos y la masajeaba reconociendo con el tacto de qué material estaba hecha, sintiendo que no era solo su perdición, sino que también era la causante de todos aquellos recuerdos, salteados, que bailaban en sueños sobre su subconsciente, como un teatro de marionetas macabras, pisando charquitos de sangre por todo un escenario de madera blanca.
Aquellos sueños no eran más que un popurrí de hechos que podrían haber o no acontecido, pero que al ser tan repetitivos y reales, en ese estado no le habían permitido en el momento de soñarlos, saber si de verdad habían acontecido o si simplemente estaba comenzando a delirar, encerrado en su habitación maloliente de motel.

Su cuerpo arrugado y cuyas imágenes de tinta también lo hacían, a consecuencia de sus músculos gastados, se levantaron de aquella suya dejando la perdición en la silla, al mismo tiempo que dirigían a aquel hombre a pasear en direcciones opuestas que se solapaban, por toda la estancia, todo ello con unos dedos que no dejaban de masajear sus pupilas cerradas (con intención inútil de notar menos pesados aquellos globos oculares) y que también masajearon más tarde sus sienes. El hombre pensaba cabizbajo acerca del por qué de la rotura de su perdición, esperando una respuesta de una fuerza divina sabía no existía, ni para él ni para nadie; esperaba que le dijera que la culpabilidad no le podía durar eternamente. Se sorprendió a sí mismo hablando consigo y diciéndose "la culpabilidad no puede durar eternamente".

Después de dar tumbos por una habitación de veinticinco metros cuadrados y muebles carcomidos por cualquier clase de insecto, cogió el cuchillo, que descansaba sobre uno de esos muebles desvencijados y sin ni siquiera echarle un vistazo lo lanzó con fuerza a la diana de la pared, dando de lleno en el blanco y sintiendo la furia de no haber obrado correctamente.
 Menos aún sobre la fotografía de su boda.

 El blanco era concretamente, el corazón de la mujer que le había prometido amor eterno hasta que la muerte los separase, y cuyo corazón se había ahogado bajo una cuerda del mismo material que la que reposaba sobre la silla, deshilachada; la misma que le hacía preguntarse a sí mismo por qué el había sido incapaz de reunirse con ella minutos más tarde, en el día de su cumpleaños.


viernes, 2 de diciembre de 2016

5/16

Hay un hombre en una de esas azoteas valencianas sin tejas. Es tarde, aunque, al estar en el centro de la ciudad la oscuridad dentro de una casa tan sólo es posible con las persianas cerradas a cal y canto, por culpa de la contaminación lumínica. Va en calzoncillos y en camiseta de tirantes. Probablemente, si el insomnio fuese algún traje o prenda de vestir, también lo llevaría encima, aunque ahora es un mero accesorio, muy discretamente escondido dentro del hombre. Aún hay más, claro. Está la fotografía que no sale nunca porque la oscuridad no es partidaria de las ciudades grandes. Teóricamente esta está dormida, pero en realidad, ni siquiera tiene un ápice de sueño. La noche no es joven, pero tampoco está muerta y vive con mucha o demasiada tranquilidad.
Quizá espere a morir. Arctic Monkeys suena de fondo, con los coches, que no cesan su carrera acompasándose con la música, aunque conforme pasen las horas el tráfico aminore y por un momento incluso llegue a poder pararse también el tiempo. La noche es el fenómeno de la eternidad mortal, o el fenómeno mortal de la eternidad que se acentúa en un amanecer muy tardío como el de verano y el insomnio, de nuevo. Las musas existen. A las tres de la mañana existen hasta los dioses más paganos. Todos con copas de más, todos seguros de que la noche como tal no existe, de que es una noche para sobrevivir o dejar que se pierda en la asfixia de una rutina que te has inventado para evitar el hecho de que no estás viviendo