jueves, 28 de abril de 2022

serotonina

 que por qué me gusta la literatura

por qué es lo único que le da sentido a mi vida algunos ratos

sábado, 23 de abril de 2022

Escuchar Norwegian Wood con unos cascos de la Renfe

Los cascos de la Renfe huelen a tren. Han estado guardados durante años esperando en algún momento, salir de ahí. Y los he sacado para escuchar Norwegian Wood, a la espera de unos cascos que me he dejado en otro lugar. 

Si uno cierra los ojos con la suficiente fuerza, puede imaginar que los cascos están clavados en la radio del tren, que pasa su hilo musical en lugar de una canción de Los Beatles. El sonido lejano de la música mezclado con el ventilador, que intenta sacarme del calor, me da la sensación de una banda sonora, en la que la música no va a estar nunca lo suficientemente alta.

Haruki Murakami tiene una relación estrecha con los trenes. Desde Underground, libro de no ficción que dedicó a entrevistas de supervivientes del accidente de gas sarín en el metro de Tokio, pasando por su chico-sin-color-ingeniero-ferroviario a la constante presencia de viajes en tren en todas sus novelas. ¿Serán los trenes algo común en la idiosincrasia de los escritores de Tokio? No recuerdo que nunca han sido especialmente importantes en otros autores, salvo para transportar a sus personajes de un lugar a otro. En los libros de Murakami, los trenes desplazan las historias. Tiene la capacidad absorbente y muy americana de fetichizar cotidianidades, sin que eso le haga parecer especialmente frívolo. Pienso. 
 
El caso es que Tokio Blues tiene cumplido el objetivo perfecto de lectura veraniega. Entre el tránsito del sueño caluroso en el que no se duerme y se sueña mucho y la ligereza de un libro que quiere leerse en un par de días. Esta novela transporta a un bosque veraniego en Kioto, en el que un sanatorio convierte las conversaciones en charlas en voz baja y momentos de lectura para La Montana Mágica de Thomas Mann. Pero también a una residencia de estudiantes con postales de puentes, glaciares y un personaje llamado Tropa-De-Asalto que hace gimnasia frente a una bandera izada y regala luciérnagas. También a la azotea de una biblioteca familiar desde la que se ve un incendio, o a esa tienda de udon detrás de la estación de tren en la que se come el mejor udon de Tokio. Genera esa inquietud de querer entender a las personas que más queremos. 
 
Es difícil, pero más aún lo es si nosotros no nos abrimos a que nos comprendan. Es la historia de aprendizaje de la vulnerabilidad y la responsabilidad. La necesidad de sentir dolor por nuestras decisiones, o lo que es lo mismo, tomar responsabilidad de lo que hacemos, en lo que flota el protagonista de la novela. 
 
Cerrarla es como quedarse dormido en un avión, como el protagonista al principio de la novela. Leerla, como el sueño en el vagón silencioso que hice en tren, con mis cascos de la Renfe mientras sonaba Norwegian Wood.



Momentos de lucidez

 La incapacidad del mundo para variar un ápice me ha decepcionado y por eso estoy deprimida.

O al menos, eso me digo yo.

Eso encubre un montón de problemas sin solucionar, principalmente, que me ha enfadado que me hayan vuelto a confundir con un hombre, que el sexo no es una cosa importante en mi vida, con lo que acceder a socializar y a relacionarme románticamente es muy difícil y que me estoy quedando sin motivos en mi vida para deprimirme y autocompadecerme.

Entonces, llegado a este punto, he pensado que tal vez podría sencillamente aceptar que me siento mal y seguir con mi vida, tratando de solucionar los problemas uno por uno, como me sugieren artículos de internet, post de instagram varios, mi psicóloga, que la última vez me dijo que la aconsejara en internet, pues es verdad que es una buena psicóloga, la recomiendo mucho.

Pero no me da la gana seguir con mi vida tal como es. Fingir que sigo adelante. Me quiero dar cabezazos una y otra vez, quiero pincharme y sangrar, llorar mucho, sentir dolor, sentir que soy una putísima mierda (adjetivo rimbombante). Resulta que aparentemente, cuando me concentro en ello, estoy aceptando que existo, estoy hablando conmigo misma, estoy dejando de ser un reflejo de un cuerpo humano.

Solamente necesito eso. Creo que mucha gente necesita solamente eso. Reconocer que al final no hay nada. Aun así, encontrar en esa tristeza una respuesta, como si dijera que, estamos todos condenados, pero que en esas barras metálicas que son nuestra mente, nuestra destrucción, nuestra vida, a veces triste, a veces no tan triste, asoma a veces algo de lucidez. Como estas líneas.