jueves, 20 de febrero de 2020

Cara T: (Toro) El hombre perdido

─ "Ezequiel, 25-17: El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad. Porque es el auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos!¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando mi venganza caiga sobre ti!"
─ ¿Y citar esa mierda te ha servido para ligar alguna vez?
─ Con católicas que no tenían nada mejor que hacer. Y cuando lo consigues es como estar acariciando el puto Espíritu Santo.
La chica no tendría más de veinte años. Veintidós, como mucho. Le miraba desde el suelo a medio desnudar, muy segura de sus actos. Atrajo al hombre que se había quedado a cierta distancia de ella rodeándolo con los pies. Ambos apestaban a ginebra y tenían la boca como un cenicero. Eran las seis de la tarde y sin embargo habían estado bebiendo desde no sabían cuándo. Cuando consiguió que se pegara a ella, logró arrastrarse hacia el borde la cama y empezó a desnudarlo, como si tuviera prisa.
─ Creo que estoy viéndolo otra vez─ dijo el hombre, alzando los brazos como un predicador, mientras le metían la mano en los pantalones ─ ahí viene, en forma de paloma....ahhh...mira cómo vuela en la ventana...te lo estás perdiendo...ahhh...lleva una rama de olivo en el pico y me está guiñando un ojo. Sigue por ese camino y llévame ante el mismísimo Dios todopoderoso.
 

 

Cara E: Efímera sin ley

Nosotros jamás sabremos cuál era el nombre de Efímera sin ley. Pero sabemos que la gente la llamaba así, Efi, Efímera. Porque en una vida errante en la que no tiene uno nada que perder, está dispuesto a dedicarse a casi cualquier cosa.

Efímera se dedicaba a miles de cosas desde que en su juventud, su padre perdiera la vida y su madre se diera a la bebida. Sabe que su vida se convirtió en un huracán de problemas que la llevaron con el torbellino, escupiéndola de la tormenta y volviéndola a meter, a su placer. Los placeres ajenos dominaron desde joven su vida, en la que ella estuvo paseante y observadora. Esperando a recibir los golpes para poder defenderse.

La primera tarde de agosto que dejó de visitar el cementerio de las afueras, fue el primero en el que descubrió que la calle la llamaba con angustia para que la recorriera. Para que entrase a formar parte de sus elementos. De los círculos y líneas paralelas que se trazaban en todas las direcciones. Las de la vida, las del placer, también las de la pérdida. Efi transitaba por la delgada línea que separaba los carriles y la llevaba al primer club nocturno en el que trabajó, y la volvió a transitar cada vez que cambió de puticlub.

Se agarraba a las líneas despintadas del asfalto como bordes que separaban dos abismos. Los recorría con sus crocs amarillas, y se detenía justo cuando un camión paraba para recogerla. Pero jamás perdió de vista la línea blanca que atravesaba la carretera. Sabía muy bien que, en otros países y universos, ambientes y ecosistemas, siempre existiría un borde por el que tendría que atravesarlos. Y eso le daba paz.

La paz era su elemento más sagrado, pues dentro de un torbellino de pasiones como el mundo de la calle, siempre encontrarlo con pequeños gestos. Por eso, desde el principio de los tiempos, igual que su madre los había cultivado, ella estaba comprometida a ese mismo elemento. A ese mismo final, en el que el camino se trazaba con líneas continuas, y se borraba para no volver a existir nunca más.

Quizá por eso no acostumbraba a vivir en esa prisión. El espacio, cerrado y con baldosas azules que se había convertido en su hogar durante un tiempo que no era capaz de catalogar en ese, ni en otro momento, estaba desprovisto de líneas que llevasen a alguna parte.Las líneas existían, sí, blancas y paralelas. Pero no se podían caminar. Y en conclusión, al recorrer las baldosas de aspecto enfermo que la rodeaban, estaban encerrando espacios. Se entrecruzaban, no llevaban a ningún lugar. A un techo plano en el que se sostenían unos simples focos alargados de policía.

No había energía que transportar. No podía moverse con, ni a través de ella. Simplemente podía observar, de vez en cuando, ese espejo que ocupaba toda la pared, y en el que se veía reflejada con toda claridad. Tanta quietud había en ese lugar, que había decidido abandonar sus propósitos de recorrer con la vista espacios continuos.
En su lugar, atendía al ruido blanco de los focos que alumbraban la superficie de la sala, y miraba al libro, mientras se encendía otro pitillo. Esta es la pérdida de Efímera, estar atrapada entre líneas que se cruzan.
 

 

Cara B: El Bueno

El Bueno apareció una noche sin que lo hubiese previsto. Fue una noche que Enzo había salido. A veces Enzo, cuando se aburre, sale de la habitación. Tiene una llave que lleva colgada al cuello con la que me mantiene en ese lugar. Supongo que para que no sepa cuál es el lugar y termine por aprender cómo salir de él (sabe que soy lista y me quiere para conversar con él, pero también me quiere tener controlada). A veces sale de esa habitación para traerme libros o para traerme de comer. Creo que todo lo que me trae de comer lo cocina él, porque veo sus ojos frustrados intentando que le de mi aprobación, pese a que tampoco tenga mucho menú donde elegir. Los libros que le gustan al menos están bien. Algunos los leí cuando era pequeña. Otros siempre había querido leerlos. Creo que de alguna manera lo necesita para que le de conversación y así sabe donde llevarme, aunque nunca conseguirá que pensemos lo mismo, porque no me he criado en este lugar. ¿Habrá pensado sobre esto? Bueno. A veces también sale para limpiar. Lo hace cuando está agobiado, que es muchas veces. Pero hay días en que está especialmente agobiado y sale y se pone a limpiar los cristales de la sala de interrogatorios, desde donde puede seguir mirándome, aunque yo no esté haciendo nada interesante en ese momento. A veces lo escucho hablar con otras personas, que también me ven, pero a las que yo no había podido ver. Hasta que trajo al Bueno.

En realidad, el Bueno entró accidentalmente en la habitación sin que Enzo pudiese evitarlo. Sospecho que la amistad y el respeto que le unen a él hace que no pudiese decirle que saliese de la habitación, así que se quedó hablando conmigo. Es un hombre alto, con el pelo largo, grasiento, pero no por la suciedad, es como si se echase aceite para que pareciese más bonito. Y lo consigue. Tiene el pelo bonito, le brilla bajo los focos como si los fluorescentes fuesen un gran sol alargado. Tiene los ojos azules, patillas, el bigote como recién afeitado y perilla. Viste con un abrigo de cuero largo. La primera vez que se sentó en una de las incómodas sillas de la sala hizo ese ruido que hace el cuero cuando está muy pegado contra algo. Yo me eché a reír, y aunque pensaba callarme enseguida porque pensé que me pegaría, como haría Enzo, se echó a reír también, como si fuese un niño y ese un chiste tontísimo. Como una broma sobre pollas. Y nosotros unos niños de diez años que se dedican la clase de música a escaparse al baño para contarlos. Lleva ropa mucho más ancha de su cuerpo, en realidad, pero le queda bien. Con su altura, parece más fornido con esa ropa.

Después de la risa inicial, el Bueno sacó un coletero y se recogió el pelo, se sentó echándose para atrás, y puso una mano encima de otra. Tiene las manos grandes, hasta tal punto que parece que se recojan entre sí. Se quedó en silencio durante un par de segundo y después me dijo:
- ¿Te gusta MGMT?
Yo le dije que no los había escuchado más allá de KIDS y de Time to Pretend, que me llamaban la atención sus vídeos, pero que no los había escuchado más allá de eso.
- Agárrate a la silla -me dijo- vas a ver su mejor temazo.
De repente, como si se abriese una cripta, metió mano en el abrigo. Y me puso "When you die" en uno de esos discman que solían llevarse en los ochenta, grandes y toscos. Yo nunca había escuchado música en ese lugar y para mí fue como ese momento de "Cadena perpetua" en el que ponen un aria de música clásica en la cárcel, y los presos se quedan mirando los altavoces como si hubiesen venido a buscarlos una horda de ángeles con trompetas celestiales. Creo que era la única canción que había en ese discman. Dejó el discman en la mesa mientras sonaba ese coro de ángeles celestiales y se encendió un pitillo. Me pasó la cajetilla y me encendió un cigarro.
- ¿De dónde son? -pregunté. No podía dejar de pensar en el bajo y esa melodía como de canción china.
- De Connecticut. ¿Y tú de dónde eres?
- No lo sé -me sinceré-. Mis padres me registraron en un sitio diferente del que nací. Y diferente del sitio en el que viví en mi juventud. Y diferente del que viví la última vez que viví fuera de aquí.
- Vaya, eso sí que parece mítico. Más mítico que esta canción.
- Al menos MGMT sabe que es de Connecticut.
- Los orígenes no le importan a nadie, de todas maneras. Lo que importa es de dónde te sientas. Yo por ejemplo, me siento en esta silla que me arruga el culo como una pasa.
Y sonrió, dejando relucir unos hoyuelos, como un crío. Me tendió la mano sin cigarro y se presentó. Tenía las manos arrugadas y cálidas, como cuando han estado metidas mucho rato en el agua después del frío.
- Me llamo Francisco. Pero todo el mundo me llama el Bueno, así que llámame Bueno.
- ¿Y tú te sientes bueno?¿O te lo han endosado? -le hice reír, lo que hizo que sonriera más.
- El Bueno era mi padre. Pero no hay diminutivos, así que yo también soy bueno, naturalmente.
- Yo soy Efi -le dije- Efi a secas.
- Bueno, Efi a secas. ¿Y qué haces en este lugar para divertirte?
- No mucho. Leo los libros que me deja Enzo, y cuento las baldosas de la pared.
- ¿Y cuántas hay?
- Depende de en qué serie las cuentes: enteras, rotas, azules, rayadas, despegadas, o sin alicatar.

El Bueno no dejaba de mirarme con mucha atención. No dejaba de sonreír, pero con una sonrisa agradable, curiosa, como si fuese un niño. Se sentó bien y apagó su cigarro. Acercó la cabeza para mirarme más de cerca y eso empezó a asustarme. El confinamiento había generado en mí una creciente inseguridad, y hacía mucho tiempo, más del que podía imaginarme, que veía a alguien que no fuera Enzo, en igualdad de condiciones. Cogió el discman y reprodujo la canción desde el principio, y automáticamente me tendió la mano para preguntarme si quería bailar con él.
Yo no quería tener que tocarlo, así que asentí, pero no le tendí la mano, sino que me levanté, con cierta torpeza. Me quité los zapatos porque el suelo de linóleo siempre me ha puesto muy nerviosa. El Bueno seguía todos mis movimientos con curiosidad, pero sin desprecio. Como si lo estuviese descubriendo. Eso hizo que mantuviese una distancia prudente para no molestarme, pero también que se quitase los zapatos sin preguntarme antes por qué debía hacerlo. Ambos miramos al espejo mientras bailábamos, sin miedo al ridículo porque solamente estábamos cuatro, y ninguno teníamos sentido de la coordinación suficiente como para tener competidores. El Bueno gritó.
- ¡Mira Enzo!¡Mira qué bien lo estamos pasando! 


 

Cara A: Aitor

Una gran arruga en el jersey. Habla sobre Ingres. Él está perdido por la mesa. Desperdigado como las pinturas sobre la mesa. A veces se relaja y levanta el cuello, como un ave. Después presiona los músculos. Hombros marcados y otra gran arruga en el jersey. Inquieto, como un ave que tiene hambre y al que no le dan de comer. Picotea con los ojos lecciones sobre oxidación y cocción de cerámica. No sé sabe si escucha. No importa demasiado. Es la imagen de la arruga de un jersey que se estira, se encoge y se muere y crea arrugas nuevas que nacen y mueren como si fueran orugas viviendo dentro del jersey. La gran oruga del jersey.