Desperté aterrada porque no escuché los gallos
Ni los grillos, ni los ladridos de los perros
Hay una senda oscura que une a la noche y a la rutina
La única luz, una lámpara en forma de pingüino
Que ya no titila
Y escurren unos guantes una bayeta húmeda
Y discurren unos ojos por la verdura de la menta
Todos cuidan de un vacío que debería rellenarse
Yo misma, visualizo un cacareo imaginado
La costra auditiva de la infancia
Imagina una higuera, una parra, un gallo